La última pareja de pingüinos del norte

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El 3 de julio de 1844, Eldey, Islandia. Dos hombres se acercan a una roca. En ella, una pareja de aves marinas observa con ojos pequeños y oscuros. No saben que son los últimos. Los últimos de su especie.

El alca gigante (Pinguinus impennis) fue, durante siglos, la reina de las aguas frías del Atlántico Norte. Similar a un pingüino (aunque sin relación directa), era un ave robusta, torpe en tierra y elegante bajo el mar. Volaba… pero solo en las profundidades, propulsándose con sus alas cortas y musculosas entre bancos de peces. Era un prodigio evolutivo adaptado al agua helada.

Su figura aparecía en monedas escandinavas, en antiguos relatos inuit y en los cuadernos de viaje de los primeros naturalistas europeos. Durante siglos, habitó costas rocosas de Canadá, Groenlandia, Islandia, Noruega, Irlanda… hasta que el ser humano la convirtió en mito.

TEXTO POR ARIADNA DEL MAR
ILUSTRADO POR SILVIA REDONDO CANDIL
ARTÍCULOS | EFEMÉRIDES
BIODIVERSIDAD | ZOOLOGÍA
3 de Julio de 2025

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Caza, plumas y coleccionistas

La historia del alca gigante es, como muchas otras, una tragedia escrita con pólvora, grasa y vitrinas.

Se cazaban por su carne, por su grasa (valiosa para lámparas), por sus huevos y, más tarde, por sus pieles. Cuando comenzaron a escasear, dejaron de ser comida para convertirse en piezas de museo. Cuanto más raro es un ser vivo, más codiciado se vuelve. Decenas de naturalistas y coleccionistas victorianos pagaban fortunas por un huevo o un ejemplar disecado de Pinguinus impennis.

Cada ejemplar que caía en manos de un coleccionista privado o un museo era uno menos en el mundo real.

La última roca

El 3 de julio de 1844, tres hombres llegaron en barco a Eldey, un islote volcánico cerca de la costa suroeste de Islandia. En la cima, encontraron una pareja de alcas gigantes incubando un huevo. Las capturaron. Las aves no se defendieron. Solo graznaron, se retorcieron. No podían volar.

El huevo se rompió durante la captura. Las dos alcas fueron asesinadas. Algunas versiones afirman que uno de los hombres, al ver que se avecinaba una tormenta, las estranguló con sus propias manos para evitar que escaparan.

Esa pareja era la última conocida. Desde entonces, el alca gigante está oficialmente extinta.

¿Un caso aislado?

No. El alca gigante fue solo uno de los primeros casos documentados de extinción provocada por el ser humano en la era moderna. Después vinieron la paloma migratoria (Ectopistes migratorius), el tigre de Tasmania, el dodo, el quagga… y muchas más especies que hoy habitan solo en las ilustraciones de los libros y en los cajones polvorientos de algunos museos de historia natural.

Lecciones desde el pasado

¿Por qué importa recordar aquel 3 de julio?

Porque nos recuerda que una especie puede desaparecer en silencio. Que el último individuo no lleva una etiqueta que diga “último de su clase”. Que a veces no hay despedidas solemnes ni himnos, solo una roca volcánica, un huevo roto y dos aves confundidas mirando al horizonte.

Y porque hoy, dos siglos después, seguimos repitiendo errores similares: sobrepesca, pérdida de hábitats, comercio de especies, cambio climático. Ya no necesitamos cazar animales para sobrevivir, pero seguimos cazando territorios, mares y equilibrios.

El símbolo perdido

El alca gigante es más que una anécdota trágica. Es un símbolo. El pingüino que vivía en el norte. El ave que nadaba mejor que volaba. El animal que no huyó porque no sabía que debía hacerlo.

Quizá nunca sea tan recordado como el dodo o el mamut, pero su historia sigue hablándonos.

Cada 3 de julio, una pregunta sobrevuela Eldey, silenciosa:
¿Qué especie será la próxima en desaparecer sin que apenas nos demos cuenta?

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