Mamá tenía razón

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Mi madre, desde muy pequeños, intentó inculcarnos a mi hermano y a mí el amor y respeto hacia los animales. Cuando apenas levantábamos un palmo del suelo nos compró un pollito a cada uno en el mercado de la plaza.

TEXTO POR GALIANA
ILUSTRADO POR PABLO MANUEL MORAL ROBLES
KIDS
RELATO
16 de Junio de 2016

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A los dos días, los pollitos, sin que pudiéramos explicarnos el motivo, habían muerto. Mamá a la semana siguiente nos compró otros dos pollitos. Y así durante varias semanas. Los animalillos no duraban más de dos días, a lo sumo tres. Nosotros nos cansamos de ver pollitos muertos, y viendo que mamá no paraba de comprar y comprar, le pedimos que nos cambiara los pollitos por otro animal.

Mamá instaló dos patitos en la terraza de la cocina. A una velocidad de vértigo se transformaron en unos patos enormes. Ya no se conformaron con la terraza, quisieron ser los dueños de la casa. Mi padre, cansado de encontrarse a los patos en cualquier rincón, le sugirió a mi madre —no muy sutilmente— que los patos emigraran de casa. No sé qué ocurrió, el caso es que un día al volver de la escuela no estaban.

Ella no es de las que abandonan a la primera, así pues esperó a que a papá se le olvidara el asunto de los patos antes de incorporar a la vida familiar otro animal. 

Una mañana apareció con una pecera pequeña con dos peces de colores. Los peces eran como los pollitos, se morían al poco tiempo sin razón aparente. Esta vez fue mamá quien se cansó de comprar peces y los cambió por dos tortugas no mayores que la palma de mi mano.

Las tortugas no crecían, pero lo que a nosotros nos importaba era que parecía que no iban a morirse pronto. Un día de verano vimos que la menor tenía los ojos hinchados. Mi hermano y yo nos temíamos lo peor, como así sucedió. A los pocos días le hicimos un entierro muy digno en el chopo del parque cercano a casa. Supimos que la razón había sido una infección causada por la cantidad de cloro que en el verano tiene el agua que sale del grifo, la misma con la que llenábamos el acuario que mamá había convertido ahora en un tortugario. No mucho más tarde tuvimos que repetir el ritual funerario con la tortuga que había sobrevivido.

Mi padre, tras el magnífico funeral, llenó la pecera de tierra, le puso unas plantas y nos dijo: 

—Muchachos, los animales solo dan problemas. 

Mamá, aunque había perdido la batalla, no dio por terminada la guerra y nos sorprendió trayendo una jaula enorme con dos periquitos. Intentó explicarnos que podríamos aprender como nacen los pajaritos. El tiempo pasaba sin que hubiera huevos, sin que aparecieran las dichosas crías. Papá empezó a decir que los periquitos debían ser del mismo sexo y mamá, que hacía tiempo tenía sus dudas, se los llevó a una tienda de animales. Allí nos confirmaron que si no cambiamos el sexo de uno de los dos sería imposible que se llevase a cabo reproducción alguna. Mi madre cambió los pájaros por ratones porque estaba empeñada en que supiéramos cómo se producía el milagro de la vida. Aprendimos, ¡vaya si aprendimos! Tuvieron tantas camadas que mi padre le dio a elegir a mi madre entre criar ratones o criar hijos.

Papá aprovechó la jaula para meter una maceta y colgarla en la pared del cuarto de estar. Volvió a decirnos:

—Muchachos, los animales solo dan problemas. 

Por algún tiempo, mi hermano y yo nos conformamos con lagartijas y grillos. Esta vez mi madre se había dado por vencida, pero el destino nos deparaba una suerte muy distinta.

Papá, una tarde al volver del trabajo, atropelló con el coche a un perro. Al ver que tenía una pata herida lo llevó al veterinario. Este le aconsejó que si de verdad quería salvarlo no bastaba con vendarle la pata, debía llevarse el animal a casa y cuidarlo. De este modo Tonto pasó a formar parte de nuestras vidas convirtiéndose en uno más de la familia.

Le pusimos Tonto, porque el pobre siempre estaba en medio. Mi padre se pasaba el día diciendo:

—Será tonto este perro, siempre en medio. No he visto un perro más tonto que este. 

Tonto no era como los pollitos o los peces que se morían sin más. Él sobrevivió. En su pata no quedó ni rastro del accidente. Tonto no era como los patos; al igual que ellos, su mundo empezó siendo la terraza de la cocina, pero cuando se adueñó de la casa a nadie nos importó. Tonto bebía agua del grifo, en invierno y en verano, y no cogió ninguna infección. Tonto era un Don Juan con las perras de la calle donde vivíamos, pero sus aventuras amorosas no aumentaron el número de los miembros de nuestra familia.

Supongo que finalmente mamá se salió con la suya y mi padre aprendió que los animales no dan más problemas que las personas. Mi hermano, no sé si mi madre tuvo algo que ver en ello, estudió veterinaria y hoy tiene su propia clínica de animales. Y en mí... en mí influyó notablemente.

El empeño de mi madre por inculcarme el amor por los animales dio su fruto. Recorro el mundo con mi cámara al hombro, fotografiando focas, lobos, ballena, tigres, osos, águilas, cocodrilos, colibríes, linces... animales que las generaciones futuras, quizá, no podrán conocer. 

Galiana

Relato escrito a medias con mis hijos, Ramón y María, cuando eran unos niños.

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